CUANDO LA MORGUE
ES LA OFICINA
Por: Karen Yessenia Gómez Lancheros
Foto tomada por: Salomé Barreto Camargo
Sentado en su escritorio con su bata blanca y jeans oscuros, bajo un gran cuadro de la dama de la justicia que en su mano derecha lleva el bastón escapulario, se encuentra Jairo León Orrego Cardona, médico cirujano de la Universidad de Antioquia, especialista en medicina forense y magister en escrituras creativas. Hoy a sus 44 años y después de un largo recorrido, se desempeña como médico forense de Medicina Legal en la sede de Zipaquirá.
“Yo creo que en general y conociendo a mis compañeros de trabajo, casi todos los médicos forenses tienen alguna especie de rayón en la cabeza”, afirma con algo de picardía.
Para él, el médico forense ha de tener un gusto particular por estos temas relacionados a las formas de dolor humanas y el final de la vida. Quizá por ser una profesión al servicio de la justicia, deja más satisfacción que dinero. “Lo debe hacer por amor al arte”.
Luego de culminar sus estudios en medicina, su pasión por la medicina forense persistió. Finalmente, cuando por primera vez en la Universidad Nacional de Colombia, se abre esta especialidad, presentó el examen y pasó sin ningún problema. “Es que lo que es pa’ uno es pa’ uno”.
Foto tomada por: Salomé Barreto Camargo
Yo siempre he tenido una relación particular con la muerte, nunca la he visto como una enemiga.
Oprime la imagen para leer Apología de la ternura por Jairo Orrego.
Con tranquilidad, expresa que la muerte es el descanso final y debería ser de la forma más tranquila. Además de lo profesional, le gustan las manifestaciones culturales en torno a ella y espera que después de la vida no haya nada, simplemente paz y tranquilidad.
El destino siempre lo llevó a ella, directa o indirectamente. Primero veía de lejos los diferentes casos lavando gasas e instrumental en el Hospital San Vicente de Paul de Medellín. Luego, estudiando medicina y realizando su especialización como forense, a través de su gusto por la literatura y el talento para la escritura, recopiló una serie de historias forenses que luego formaron parte de su tesis y se convirtieron en un libro titulado “Apología de la ternura”.
“Del pregrado en medicina, conté una historia de una profesora que se llamaba Rosa Turizo, que regañaba a los muertos cuando llegaban. Ella llegaba a la morgue y comenzaba a limpiar todo como si fuera su casa, como si fuera la cocina de su casa y mientras se iba enterando de las historias de los cadáveres, comenzaba a regañarlos. Por ejemplo, a alguien que se mató en una moto, le decía: ‘¿si vio?, su mamá le dijo que no se comprara esa moto, esas motos son unas tumbas metálicas’”.
Todos los casos son significativos para él. Su manera de hablar, apresurada y nerviosa, acompañada del temblor de sus manos, además de la frialdad que parecen tener, refleja la intensidad de los sucesos que ve a diario en la morgue, en los cementerios e incluso en las escenas de levantamiento de los cuerpos.
“Colombia es muy rica en variedad y diversidad de sucesos —afirma con una sonrisa irónica—. Hemos tenido casos de personas desmembradas y enterradas en cemento, que nos toca básicamente picar cemento para sacar las partes”.
“Uno de los episodios que más recuerdo fue de una persona que al parecer se quería intentar ahorcar con un alambre, cerca de una torre de energía; entonces al colgarse, la torre lo electrocutó. La electrocución lo lanzó lejos a un abismo, cayó y como era un abismo largo, entonces tuvo traumas y fracturas en todas partes. Ahí nosotros decíamos ‘bueno y cuál es la causa de muerte’ porque también tenía la marca del alambre en el cuello”.
Hechos como este y muchos más llegan a diario; los encuentran después de un tiempo o aparecen sin conocerse la identidad de la víctima. Jairo explica que las necropsias medico légales se realizan en muertes violentas, cuando no se conoce la causa de muerte o está por determinar. También explica que es común ver casos de personas CNI, que quiere decir Cuerpo No Identificado.
“Una de las principales funciones que tenemos acá es lograr identificarlo como sea. Si no está muy descompuesto, lo más seguro es que por huellas digitales lo podamos identificar. Si no, tenemos otras herramientas como la carta dental, con ayuda de un odontólogo, y si tampoco por ahí se pudo o está muy descompuesto, toca ADN. En esa situación nos toca tomar alguna muestra de medula ósea, normalmente de fémur”.
Otra de sus pasiones, es la fotografía, donde descubrió un arte distinto, una nueva forma de relatar sus historias. “Yo simplemente comencé a tomar fóticos cuando estábamos en la morgue, pero no enfocadas a las fotos que nosotros tomábamos normalmente—el registro fotográfico del proceso de cada necropsia—. Por ejemplo, a mí me llamó la atención las cavidades cardiacas, que uno miraba y estaban los tendones, las válvulas y parecían árboles. Lo mismo con el cerebelo; al cerebelo se le dice el árbol de la vida porque cuando uno lo corta tiene la forma de un arbolito, y así, particularidades”.
Estas “fóticos” como él las llama, no solo se quedan en los órganos, también se abren paso en historias de personas a quienes la vida los marcó de diferentes maneras, ya sea por cicatrices, por sus creencias e incluso por la pose en la que fallecieron. Cada órgano, cada mancha de sangre, cada cortada y cada cuerpo, poseía su historia. Se formó una colección, aproximadamente de 20 fotos que se tituló “Ángeles boca arriba”. Se mostraron en el instituto y se llevaron también como exposición en un congreso de medicina legal.
Para Jairo no hay rituales antes de examinar un cuerpo. Claro que en su trabajo y en especial durante su especialización, asistió a médicos que sí poseían algunos. Ahora estando en la sede de Zipaquirá, su asistente y compañero más cercano, Hermes, siempre realiza un pequeño ritual antes de iniciar la necropsia. “El sí tiene su ritual y pues yo lo acompaño en eso. Antes de comenzar cada necropsia, les coloca las manos en la cabeza, dice una oración que solamente él se sabe, pidiéndoles permiso para lo que vamos a realizar, y una vez él hace la oración, comenzamos el proceso de necropsia”.
Hermes explica que los muertos que llegan lo acompañan, que son personas que estuvieron vivas, algunos de modo reciente. Por esto es respetuoso, y les pide permiso para proceder en su cuerpo.
Los forenses no son los únicos que tienen rituales, los difuntos también poseían sus creencias y algunas pertenencias eran reflejo de ellas. “Por ejemplo alguna vez, en un cuerpo cuando lo estábamos desvistiendo, encontramos en los interiores una pata de venado, que al parecer le servía de amuleto, no le sirvió mucho pero ahí la tenía”, relata de forma cómica y confiada. También se ven mucho cosas religiosas, escapularios y relacionados a eso.
Alrededor de estas cosas también hay tabúes. “Cuando estaba haciendo la especialidad allá en la sede central de Medicina Legal, esa sede está al lado de donde están los sobanderos, y sobanderos famosos, entonces la gente dice que son muy buenos porque soban con grasa y aceite de muerto”. Asegura que esto no es cierto, pero que aún las personas van a la morgue a pedir de esa grasa.
Es hora de conocer ese lugar que para muchos es tenebroso, frío y lúgubre. Un lugar donde los cadáveres son frescos y su olor muy característico, a carne podrida, humedad y desinfectante. A pesar de eso, Jairo considera que ese es el lugar que más le gusta. “Lo que más me gusta es ponerme las botas, mi peto, mis gorros, mis guantes y entrar aquí a trabajar”—expresa de manera orgullosa, indicando cada parte con sus manos—. “A nosotros nos ha tocado hacer necropsias en tantos lugares. Por ejemplo, cuando yo estaba en entrenamiento en la especialidad de medicina forense, rotamos por una unidad que se llama la Unidad Móvil de la Sabana, esto es que los médicos de la regional oriente de Bogotá, nos montábamos en una camioneta e íbamos a todos los municipios de esta zona que no tiene unidad de medicina legal. Por ejemplo, Chía. Entonces las necropsias se realizan en el cementerio. Aquí en Zipaquirá tenemos dos mesitas de necropsias, que para nosotros ya es mucho, porque son mesas con todas las indicaciones; tienen tubo, agua corriente, desagüe y otras cosas, entonces nos sentimos bien”.
En ese instante, Jairo se pone de pie y se dirige a la morgue. Por la parte externa se ven dos puertas. Una está cerrada, pues se reserva para los cuerpos que necesitan más de un día para ser examinados. La siguiente puerta la precede un letrero con la palabra Morgue. Al entrar, se ven las dos mesas de procedimientos, en la parte derecha un lavado para los instrumentos y junto a este, una nevera marcada con el título “Almacén de necropsia”. En la parte izquierda de la sala hay otra nevera con la inscripción “Refrigerador de evidencias”. Cerca de la puerta que conduce al cuarto de archivos, se puede ver una camilla donde ser realizan estudios óseos.
“La morgue tiene una puerta que da hacia la parte de atrás, que ahí es potrero, entonces muchas veces nosotros hacemos la necropsia con la puerta abierta. Cuando sabemos que no hay nadie por ahí, abrimos la puerta y vemos el pradito, los arbolitos mientras hacemos el proceso, pero a veces se vuelve agobiante, porque hay casos de cuerpos descompuestos y el extractor se vuelve muy ineficiente”.
Para él, este tipo de cosas es muy habitual, pero para su esposa no es realmente algo para acostumbrarse. “Mi esposa dice que yo no tengo sentimientos. Ella ha venido un par de veces acá a pistear, entonces obviamente le impresiona mucho con solo el olor, entonces ella dice que nosotros para poder trabajar ahí tenemos que ser muy fríos”.
Para muchos, trabajar con la muerte es para insensibles, creen que no han de tener miedo ni que haya algo que los asuste. Pero a Jairo aún le impactan las historias que llegan a su sala. “El miedo uno no lo deja del todo”.
Junto a su esposa construyó una fundación para perros de la calle, se llama Nuestros Criollitos. Allí se encargan de alimentarlos, buscarles hogar en adopción y esterilizarlos. Es una parte muy importante de su vida. “Es también el escape, son las historias de los perritos y el amor que dan esos animalitos, es la forma de desestresarme y la forma que yo tengo más fácil de olvidarme de cualquier cosa que haya visto aquí por violenta que sea”. Entonces, sus manos se relajan y su voz se vuelve alegre.
Fotos tomadas por: Salomé Barreto Camargo y Laura Valentina Franco