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Golpes
 emocionales

Por: Samuel Suárez Rueda

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El boxeo tiene todas las emociones humanas. Todo lo que busques en el boxeo lo vas a encontrar, vas a encontrar alegría, vas a encontrar pesares, vas a encontrar tristezas, vas a encontrar acciones heroicas también.

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“El boxeo tiene todas las emociones humanas. Todas las tiene. Todo lo que busques en el boxeo lo vas a encontrar, vas a encontrar alegría, vas a encontrar pesares, vas a encontrar tristezas, vas a encontrar acciones heroicas también. Todo eso lo vas a encontrar en el deporte”, dice Alberto Salcedo Ramos. El barranquillero periodista y cronista, es además, un apasionado del boxeo. 

Ha escrito crónicas e incluso libros sobre este deporte. Pero su gusto no se basa en la actividad en sí, más bien es por el trasfondo que él le da. “A mí me parece un deporte en el que se puede explorar lo más instintivo, lo más básico de la condición humana, que es la de la lucha por la supervivencia: ese hombre que tenía que disputarse la comida con animales peligrosos. Eso es lo que me seduce del boxeo. No me gusta tanto como deporte, sino como actividad que me permite conocer al ser humano en lo más elemental”. 

 

Este aprecio que le tiene al boxeo lo ha llevado a investigar sobre distintas peleas o historias, y en ellas son más que evidentes las emociones, pero no siempre se demostrarán dentro de la contienda, ya que a veces se expande más al contexto que hay detrás de ellas. 

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Alegría 

Bernardo Caraballo y Antonio “Mochila” Herrera son los protagonistas de una historia apasionada con un final feliz. Ambos eran boxeadores cartageneros y fueron muy exitosos. De hecho, Bernardo fue el primer colombiano que peleó por un título mundial. No logró ganar, pero fue un gran boxeador. Pero eso no era lo único a lo que se dedicaron, Bernardo fue pescador y Antonio fue un gran albañil. 

Bernardo y Antonio tenían mucho en común por la forma de ganarse la vida, pero en el ring eran como agua y aceite. El primero era, en palabras de Alberto, un boxeador que parecía bailarín. Alguien que, con movimientos sutiles, pero veloces, flotaba en el ring. 

“No era rudo, no era un tipo de gran pegada, pero era muy atlético —cuenta Alberto—. Se desplazaba sobre el ring como si estuviera bailando. Una especie de bailarín extraviado en un ring de boxeo. Caminaba en la punta de los pies, se movía a izquierda y derecha, movía el tronco, agachaba la cabeza. Era muy estético, muy vistoso y al mismo tiempo supremamente payaso, ególatra, le encantaba llamar la atención, era narcisista. Usaba pantalonetas de colores fuertes y se enrollaba una boa en el cuello. Era un tipo supremamente bocón y charlatán. Le encantaba que la gente lo mirara”. 

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Antonio era todo lo contrario. Alguien callado, con un perfil bajo. No quería llamar la atención. Su forma de pelear se basaba más en los golpes que en la agilidad.

 

“Antonio Molina Herrera, era serio, aplomado. No era narcisista, era de bajo perfil, silencioso, no era ruidoso. Y ese sí era rudo. Este sí tenía buena pegada. Y era un tipo que cuando subía al ring iba a matarse con el otro. Era muy rudo, subía al ring como a jugarse la vida, a tirar golpes de principio a fin”. 

 

Estos dos personajes tuvieron una racha muy buena de victorias, por lo que a la gente se le ocurrió que debían pelear. Se pactó la pelea por cincuenta pesos colombianos de la época, a finales de los años 60. Todas las apuestas iban por “Mochila”, pero pasó lo inesperado. ​

 

“Sucedieron dos cosas inesperadas, una que Bernardo Caraballo ganó y dos que además ganó por knockout. Noqueó a “Mochila” Herrera y le reventó la cara. Lo dejó mal. Caraballo, que no tenía casi potencia en la mano, que no era muy pegador, terminó ganando y noqueando al otro y dejándole la cara vuelta nada”.

 

​Cuando reclamó los cincuenta pesos de la victoria, la esposa le dijo que iban a guardar el dinero para hacer un segundo piso a su casa. Caraballo se fue a buscar al mejor albañil de toda Cartagena y fue por “Mochila” Herrera.

 

 ​"Caraballo le dice: ‘compadre, usted sabe que nosotros peleamos porque tenemos que pelear. Esa es la vida de nosotros, porque somos boxeadores, pero yo te tengo aprecio y a mí me han dicho que usted es un buen albañil, entonces yo quiero que usted vaya a hacer el segundo piso de mi casa’. Molina Herrera se dedicó todos los días a ir a la casa de Caraballo y fue el que construyó el segundo piso. El día que ya estaba todo terminado, se dieron un abrazo y Herrera le dijo: ‘yo nunca voy a olvidar lo que usted ha hecho por mí, porque usted no tenía por qué haberme dado ese trabajo, pero me fue a buscar para dármelo’”.

 

Ese mismo día hicieron la promesa de no volver a pelear nunca y de ser compadres el resto de la vida, y así fue. Cultivaron una amistad muy linda y especial y se quisieron hasta la muerte. 

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Enojo 

En el imaginario de la gente, el boxeo es un deporte lleno de rabia, pero no es así. La mayoría de los boxeadores se pegan por trabajo, y son muy pocos los casos en los que lo hacen por algún tipo de resentimiento. 

“Benny “Kid” Paret era un cubano que vivía en Estados Unidos. El otro boxeador de esta historia se llamaba Griffith, Emile Griffith. Existía el rumor de que él era homosexual y eso en el mundo del boxeo no se veía. Estoy hablando del año 62. Él decía que no. ¿Por qué decía que no? Porque le daba miedo que si salía del clóset no lo contrataban más. En el mundo del boxeo, los boxeadores deben subir a una báscula para saber si están en el peso que se necesita en esa categoría. La ceremonia de pesaje se hace unas horitas antes de la pelea, entonces cuando fueron a la ceremonia de pesaje, Benny Kidd, lo miró y le dijo maricón. Pero resulta que Emile Griffith sabía español porque tenía compañeros hispanos en el ring donde entrenaba”. 

Una persona que está envuelta en polémicas y dudas por su orientación sexual en esa época debe sufrir mucho cuando alguien más lo trata irrespetuosamente. Pero esta historia tiene un golpe más duro que el de Benny hacia Emile. Pelear con enojo hizo que no se midiera y pasara algo completamente inesperado. 

“Griffith subió al ring con rabia y le dio una golpiza a Benny “Kid” Paret y él murió como consecuencia de los golpes. Es muy raro que los boxeadores peleen con rabia. Esto es un caso de excepción. Los boxeadores pelean del mismo modo que los futbolistas juegan fútbol. Es parte del trabajo”. 

Por obvias razones, Emile sintió una culpa gigante. En ese momento todos los boxeadores y compañeros le dijeron que no se sintiera así y que era algo que podía pasar. Todos lo apoyaron y protegieron. Años después, cuando se retiró del boxeo, él salió del closet, y todas las personas que lo ayudaron, empezaron a traicionarlo y criticarlo. “Maté a un hombre y el mundo me perdonó. Amé a un hombre y ahora el mundo quiere matarme”, afirmó Emile Griffith en una de las mejores frases del siglo XX. 

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Maté a un hombre y el mundo me perdonó. Amé a un hombre y ahora el mundo quiere matarme.

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Miedo 

El miedo en el boxeo suele asociarse con los golpes en el ring o con la angustia de lo que le pueda pasar al deportista al recibirlos, pero va más allá. En el caso de Emile se manifestó por no poder expresarse y sentir que, si lo decía, iba a terminar sin trabajo y sin apoyo del mundo, pero en el caso de Rodrigo “Rocky” Valdez, se dio por lo que pasó antes de convertirse en boxeador, por los desafíos que tuvo que afrontar.

 

“Era cartagenero también. Fue nuestro segundo campeón mundial. Él subía al ring siempre con una gran ferocidad. Era muy valiente y terminaba roto, hinchado porque tenía los pómulos muy delicados y cuando lo medio rozaban se ponía así. Su mánager un día le preguntó: ‘¿A ti no te dan miedo los golpes que recibes en el ring?’ Y él le respondió: ‘no, antes de convertirme en boxeador, la vida me daba golpes más duros, como el hambre. No tenía para comer, eso me daba más miedo que los golpes del ring’. Los golpes se curan con hielo al siguiente día, pero el hambre no”. 

Lo que pasa fuera de la escena deportiva es incluso más aterrador que lo que pasa dentro. Rodrigo desde pequeño tuvo que luchar, no precisamente contra una persona, sino con las dificultades que tenía. Su camino empezó como pescador y vendedor en un mercado, ya que tuvo que cuidar de sus 7 hermanos luego del fallecimiento de su padre. Se interesó por el boxeo cuando era adolescente, y pensó que podía ser la manera de brindarle una mejor vida a su familia. Tomar una decisión así está llena de miedo e incertidumbre. Era una apuesta arriesgada, pero Rodrigo siempre estuvo dispuesto a pelear por ese sueño. 

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Tristeza 

La vida de Rodrigo no solo refleja miedo, sino también melancolía. Es triste pensar que es la misma situación de muchas personas, que día a día tenían que salir a combatir. Así como la historia de él, está la de Bernardo Caraballo y Antonio Herrera, ya que ambos tuvieron que salir de la misma situación en la que se encontraba Rodrigo. 

“Estos dos boxeadores surgieron en una Cartagena racista, una Cartagena donde los negros, para sobrevivir, solo tenían tres oportunidades. Una era dedicarse a lustrar zapatos en el centro de la ciudad, a vivir como lustrabotas en el Parque del Centenario o en el camellón de los Mártires. La otra opción era ser pescadores, meterse al mar a pescar de madrugada. Y la tercera opción, el boxeo”. 

Es algo irónico imaginar a la ciudad costera siendo racista, ya que la mayoría de su población para la época era gente negra. Pese a estas situaciones, ellos encontraron la manera de salir adelante, sin hacerle caso a los prejuicios y siempre luchando contra todas las adversidades, así como lucharon tiempo después contra sus rivales en el ring. 

 

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Todo este compilado representa el significado del boxeo. Un deporte que cuenta historias tanto dentro como fuera de las cuerdas. “En el boxeo, como dice la escritora Joyce Carol Oates, no se utiliza el verbo jugar. Uno juega béisbol, uno juega fútbol, uno juega tenis, pero uno no juega al boxeo. El hecho de que sea un deporte que no es un juego, lo hace dramático y el hecho de que sea dramático lo hace literario”. 

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