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Entre el dolor
 y la reparación

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Por: Angel Santiago Franco

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En un contramonumento no se habla de quienes escriben la historia sino de quienes la padecen. 

El 26 de septiembre de 2016, cuando se firmó el acuerdo de paz con las FARC, se entregaron treintaisiete toneladas de armamento a la ONU y se eligió a la artista Doris Salcedo para transformar estas armas en una posibilidad de arte y memoria para las víctimas de la violencia en Colombia, especialmente la violencia sexual. Esta iniciativa se llamaría Fragmentos. 

 

Fragmentos es un espacio abierto al público para reflexionar a través de exposiciones artísticas sobre las memorias del conflicto. Es un edificio cuyo piso está elaborado con el metal fundido de las armas de las FARC, martillado por diecisiete mujeres víctimas de violencia sexual durante el conflicto armado en Colombia. En su centro están las ruinas de una casa colonial. Tiene tres salas, dos dedicadas a exposiciones temporales de artistas y organizaciones de diferentes países, y una de ellas reproduce constantemente un documental con el mismo nombre, que hace una cronología desde la firma del acuerdo de paz hasta la construcción de Fragmentos en 2018. 

 

Jonathan Gamboa, politólogo de la Universidad Nacional de Colombia, trabaja en Fragmentos desde el 2022 y explica el propósito de este espacio: “Fragmentos es un contramonumento. Cuando hablamos de monumento, hablamos de un elemento que exalta, que hace un ejercicio de alabanza. En un contramonumento no se habla de quienes escriben la historia sino de quienes la padecen”. 

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Fotografías tomadas por: Angel Franco y Salomé Barreto

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Fragmentos se encuentra en el centro histórico de la ciudad, cerca de los círculos de poder, que ya sea por acción u omisión han sido cómplices de la violencia, “Estamos en una ciudad que en muchos casos ha sido ajena al conflicto; hemos visto reflejos del conflicto, pero le hemos dado la espalda”. 

 

Este espacio busca visibilizar la violencia y sensibilizar a la población, por medio de conversaciones sobre la violencia para que las víctimas puedan expresarse sobre todo lo que han vivido. Cuando se pisa Fragmentos, no se están pisando las armas de las FARC, sino generando un contacto con la realidad del país.  

 

A través de la tristeza, se despierta la empatía de las demás personas, pero Fragmentos no solo logra esto, sino también un ejercicio de catarsis para las personas que lo visitan: “Fragmentos se presta para que se pueda soltar el dolor de los que vienen a este espacio, como también lo soltaron las mujeres a golpe de martillo”. Muchas personas llegan allí y se conectan de inmediato porque han estado huyendo constantemente de la violencia del país. Otros, que no son víctimas directas de la violencia, se conectan cuando realizan un ejercicio de retrospectiva, y encuentran que en las historias de sus ancestros hay procesos migratorios que se originan en el conflicto. “Fragmentos es un cuerpo moldeado por el trauma, y el país es un territorio moldeado por el trauma”, dice el politólogo. 

 

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En este espacio se perciben los choques entre las distintas caras de la política colombiana, y se sensibiliza sobre el sufrimiento de otros, principalmente por la violencia sexual, “Conmueve entender que hay un cuerpo con vida pero que su ser ha sido destruido”. En muchas ocasiones se cree que el acuerdo de paz es el final del camino y un espacio de celebración, pero en realidad es un punto de partida sobre lo que hará el país a futuro. Fragmentos es ejemplo de cómo se puede transformar el dolor en algo diferente a la generación de más dolor.

 

Fragmentos transmite los tres legados de la violencia: el vacío emocional, el silencio después del caos, y la ausencia, que se convierten en un elemento capaz de contar historias, “No es solamente lo evidente, sino cómo lo que hace falta nos invita a pensar lo que pasó. Pasa con una ruina, pasa con una persona que ha perdido una extremidad, y pasa con las personas cuyo ser ha sido destruido”.  

 

Estos legados se sanan con el perdón. Las diecisiete mujeres que sobrevivieron a la violencia sexual inicialmente se sentían solas y con miedo de denunciar su situación. A través del martillo liberaron su dolor, que quedó plasmado en las láminas del piso de Fragmentos. Hoy son capaces de perdonar a sus victimarios, un acto que requiere mucha valentía y conciencia. Perdonar no es una palabra, sino un largo proceso.

 

​Normalmente se tiene una imagen del conflicto, en la que las víctimas se convierten en cifras y se desconocen las experiencias particulares. Fragmentos busca reunir las historias de las víctimas y realizar un ejercicio de escucha. “Colombia es un país que no se escucha, al no escucharnos nos olvidamos de la existencia del otro y nos olvidamos de escuchar sus experiencias y puntos de vista. Siempre y cuando asumamos la existencia de otro, la tarea de Fragmentos está hecha”. 

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